Cuando empecé a militar en las JCA,
allá por el 97, uno de los temas recurrentes entre los militantes de
mi colectivo era ¿Te imaginas lo que sería vivir victorias?
Contextualizo, por entonces se estaba dando un cambio de ciclo
electoral, IU tras haber tenido una subida espectacular (quizás en
parte debida al espacio que nos daban los medios de comunicación
como El Mundo por nuestra labor de desgaste frente al gobierno
socialista) empezaba a perder fuelle. En Málaga, tras los históricos
9 concejales en el ayuntamiento y más del 28% de los votos, se
palpaba un agotamiento en la organización (en el 99 sacamos 3
concejales y poco más del 9% de los votos), algo muy parecido se
daba a los distintos niveles, Andalucía, generales...
En aquellos días de inicio de
militancia y en los años posteriores recurrentemente volvíamos a
hablar de los bonito que sería vivir una victoria, aunque fuese
electoral. Fueron tiempos duros para la militancia, que, visto ahora,
supongo que aguantamos por una fe inquebrantable en que teníamos
razón y que la única solución de este mundo era la construcción
del socialismo. La dignidad del vencido como decía alguien, el
“prefiero morir de pie a vivir arrodillado”.
Antes de entrar a militar veía en la
tele y los periódicos a gente como Julio Anguita o Antonio Romero y
me parecían héroes, así, sin paliativos; eran los únicos capaces
de decirle a Felipe González (y aquí hay que tener perspectiva
histórica de lo que significaba entonces su figura) que tenía las
manos manchadas de sangre y que era un traidor a la clase obrera.
Izquierda Unida representaba para mi casi, casi, lo mismo que ese
grupo de locos que bajaron del Gramma y de repente ganaron una
revolución (claro que por aquel entonces no tenía yo muy claro que
las revoluciones no se hacen, si no que se organizan). Se había
construido un imaginario colectivo donde IU representaba la esperanza
de que las cosas podían cambiar.
… Y entonces Izquierda Unida empezó
a tener éxitos electorales....
Pero resulta que los éxitos nunca son
suficiente, siempre queremos más, no fuimos capaces de gestionar el
éxito. Después de tener 21 diputados y 9 concejales, nuestra
sensación era de derrota. Y resulta que después los magníficos
resultados empezó la travesía del desierto, durante interminables
años IU quedó como una fuerza testimonial (salvo en algunos
ayuntamientos)... Una nube negra se apoderó de la organización en
esa travesía, sabíamos que teníamos razón, pero la sociedad
estaba corrompida por los medios de comunicación que nos impedían
llegar a los ciudadanos, la gente era tonta porque se creía las
mentiras del régimen bipartidista, la burbuja económica tenía
adormecida a la población....
Y pasaron 10 años.
Volvemos a subir electoralmente, en la
calle vuelven a tener vigencia nuestras ideas y las movilizaciones
sociales que tienen reivindicaciones prácticamente calcadas de
nuestros programas consiguen llenar Madrid y lo que se propongan.
Pero sin embargo estamos desconcertados. Las últimas elecciones
europeas nos vuelven a colocar como tercera fuerza política, el
bipartidismo ha sufrido el mayor golpe desde la llamada transición,
en los bares nadie se atreve a decir que ha votado al PP o al PSOE...
pero no hay alegría en la organización.
Si Felipe Alcaraz escribiese una novela
sobre la noche del 25 de mayo de 2014, en algún párrafo aparecería
un personaje que con voz profunda diría “maldición, hemos sufrido
una victoria”
Parece intrínseco a la militancia de
izquierdas en este periodo histórico, no podemos permitirnos ser
felices. Y, o cambiamos esto o volveremos a la travesía del
desierto.
Cuando casi tres millones de personas
han decidido echar un voto a las urnas que claramente se enfrenta al
sistema establecido, a la troika y al bipartidismo; cuando además lo
hace por la izquierda de una manera nítida... no podemos permitirnos
dudar.
Hoy estamos un paso más cerca de
cambiar este sistema, los potenciales aliados en la consecución de
nuestros objetivos son muchos más ahora, así que tenemos la
responsabilidad histórica de sabernos vencedores.
Estoy harto de la dignidad del vencido,
quiero probar la humildad del vencedor.
Nos toca irremediablemente crear
nuestro propio imaginario para que una chica de 17 o 18 años vea en
IU héroes como veía yo, que en las reuniones de las asambleas y
agrupaciones no debatamos solo de si Willy Meyer es el mejor
candidato o si el método de las primarias en Andalucía es el más
adecuado, que también hay que discutirlo, por supuesto, pero que una
vez visto ese punto, nos planteemos que vamos a hacer cuando
gobernemos Málaga después de las próximas municipales.
En definitiva, y aunque suene muy
zapateril pero que no se nos olvide que Benedetti era comunista, nos
toca defender la alegría como
una trinchera, defenderla del escándalo y la rutina, de la miseria y
los miserables, de las ausencias transitorias y las definitivas,
defender la alegría como un principio, defenderla del pasmo y las
pesadillas, de los neutrales y de los neutrones, de las dulces
infamias, y los graves diagnósticos, defender la alegría como una
bandera, defenderla del rayo y la melancolía, de los ingenuos y de
los canallas.
Porque,
que no se nos olvide, el comunismo es sobre todo la esperanza de que
somos capaces de construir un mundo mejor.
Y
yo me reclamo comunista.